Resumen:
Un largo invierno sin promesas recoge seis crónicas a través de las cuales se hace un ejercicio crítico reflexivo en el que se encuentran la realidad social histórica y la literatura.
Fragmento de la crónica “Variaciones sobre el pesimismo”:
Entramos a la cafetería de la universidad, dos pisos con diversos bufés de los cuales uno podía disponer a su antojo. La mesa que ocupamos Román, José y yo se llenó con más de una docena de platos. Un calzón relleno con queso y espinaca, carne de pavo molida, carne de res con picante, arroz con verduras, crema de tomate y gaseosa con una rodaja de limón constituyeron mi opíparo menú. Luego, una torta de queso, helado y café. Hora y media de comer, conversar y descansar. A nuestro alrededor, los estudiantes almorzaban animadamente. Me dijo Román que Georgetown tenía un costo anual por estudiante de cuarenta mil dólares. Hice cuentas. Hice comparaciones. Cuarenta mil dólares se gana una persona, con el salario mínimo colombiano, en quince años de duro trabajo. 15 años = ½ año; 30 años = 1 año. El trabajo de toda la vida de un colombiano alcanza para pagar la matrícula de un año de estudios en esta universidad. La operación me produjo una mezcla de sentimientos: rabia, tristeza, abatimiento, desesperanza. El pesimismo amenazaba de nuevo.
Mientras terminaba mi café, un muchacho limpiaba la mesa de enfrente. Su rostro me recordó a un mesero que trabajaba en un restaurante de comida pesada en Manhattan, a dos cuadras del Graduate Center, donde estudiaba mi doctorado. Alguna vez le solicité que me recomendara algo rico y él me contestó, casi avergonzado, que a ellos no los dejaban comer ahí. Eran latinoamericanos, el muchacho de Nueva York y este de Washington, y las personas que servían la comida, que limpiaban las mesas, que acarreaban los trastos, que aseaban la cafetería de Georgetown University. Es bien sabido que la mayoría de los inmigrantes realizan el sueño americano detrás de las cocinas, en los baños, en las bodegas, en los oficios miserables. Las potencias se construyen también sobre los hombros del mundo en desarrollo y sobre los millones de seres humanos que dejan todo para tratar de inventarse un destino mejor en tierras extrañas. Ahí estaba yo, en la capital del imperio, en la cafetería de una de sus prestigiosas universidades, comiendo las viandas que preparaban estos trabajadores esforzados y que servían con una amabilidad sin rencores.