Descripción:
«Cuentan las fuentes (y las fuentes siempre contarán) que Hechicerías surge de un manantial que es el hogar de Óscar y Julieta. Según lo informa la dedicatoria, el libro surge a partir de los años 90 cuando Alejandro –el primogénito-, luego Juliana María –la encantadora con pinceles- y Susana “Espada de Caramelo” Isabel entablan un diálogo creativo con Óscar. Yo imagino una escena en que este papá, con su singular memoria (suele entreverar los recuerdos, me consta) y con su vocación de escrutador del presente, hilvana trechos de historias en la tibieza del hogar, en la penumbra del cuarto, en la seguridad de la familia. Entonces este libro surge de esa necesidad que tenemos los padres de habitar la mente de nuestros hijos, de colmarla de futuro, de enseñar (y digo esto sin intentar nexos con palabras altisonantes como pedagogía o didáctica, nada de eso), digo enseñar en el sentido de mostrar el camino».
Gustavo Adolfo Aragón Holguín, «Convite para leer recordar y ensoñar Hechicerías de Óscar y Juliana María».
Fragmento del cuento “La espada de caramelo”:
Meiga sabía que el dulce era la gran debilidad de Alexei. Su adicción a las golosinas comenzó cuando su padre, el rey Régulo, murió. Su padre se había empeñado en hacer del futuro heredero de la corona, el entonces príncipe, un rey perfecto. Por eso, no le permitía comer dulces. Decía que un rey perfecto tenía que tener una dentadura perfecta, porque sólo de una boca sana podían salir órdenes justas. Como el azúcar dañaba los dientes, el príncipe creció viendo los caramelos, que tanto deseaba, desde lejos. Cuando cumplió 9 años, su padre lo descubrió comiéndose a escondidas una rebanada de pastel de chocolate y lo encerró en su cuarto durante dos meses, con una porción de jugo de uva y un pan como única comida al día. El príncipe no volvió a intentarlo y en sus cumpleaños tenía que conformarse con ver, desde el pequeño trono al lado de su padre, a los invitados atragantarse de suculentos pasteles y golosinas exquisitas. Cuando el padre murió, se dio a la tarea de recuperar los placeres perdidos y se dedicó a comer todos los tipos y calidades de golosinas que la habilidad humana produjera. Contrató expertos de todo el mundo que competían entre ellos para producir las más deliciosas. Había logrado reunir en el castillo los más reputados confiteros y ellos se esforzaban en satisfacer su exigente paladar. Además, tenía más de cien degustadores que iban por el mundo probando los manjares de otros pueblos y trayéndole los más suculentos. Confites combinados con exóticas especias, caramelos procesados con misteriosos tratamientos y fórmulas milenarias, chocolates aderezados con mágicos ingredientes desbordaban cada mañana muchas fuentes colocadas estratégicamente en los lugares donde el rey estaba y él iba tomándolos mientras atendía los asuntos del reino.