Descripción:
«Con una inusitada fuerza poética, El cronista y el espejo explora a fondo el itinerario de la degradación. Es la trama desnuda y cruel de dos vidas paralelas que se dan cita en una ciudad donde reina el anonimato y la impunidad: víctima y victimario se identifican en su propia decadencia, se reconocen en el mismo designio fatal. A través del tiempo del recuerdo y de las vicisitudes del presente, se logra develar el hilo conductor de esas violencias que aún no agotan sus infamias y que nos definen como país».
Julián Malatesta
«El jueves por la noche se hizo pública la identidad del ganador del XXXII Premio de Novela Corta de la Diputación de Cáceres, el galardón más prestigioso y reconocido de los que concede esta institución. La presidenta del Jurado, Rosa Regás, habló de la modernidad de su lenguaje, de su intensidad, de una fuerza muy propia para describir las heridas de la Colombia contemporánea».
Diario Hoy, España, 5 de mayo de 2007.
«Con El cronista y el espejo Osorio ha cifrado, en una obra concisa y demoledora, una interpretación de nuestra violencia: su continuidad histórica, su impacto brutal, su decadencia atroz».
Kevin Alexis Garcia
Fragmento:
Una lluvia intempestiva lo hizo entrar a la funeraria. Óskar Alexis saludó a la viuda y a la huérfana, y les dio el inicuo pésame. La madera lustrosa del ataúd le recordó la carpintería de su padre, la infancia mutilada por el odio y la desgracia. En la faz inerte del Ejecutor advirtió un suave gesto de satisfacción, como si en lugar de haber sufrido los dolores de la muerte descansara de los goces de la carne. Se demoró en el rostro anguloso, las cejas pobladas, los labios gruesos, el bigote ralo, la nariz aguileña, la barbilla partida y pronunciada, los párpados cerrados. Lo observó en detalle, por única vez, pues nunca le pudo sostener su mirada siniestra. Empuñó con rencor el cuadernillo que registraba los primeros años de la vida del matón. Entre esos dos momentos, entre la infancia y el presente, el salvaje aniquiló a centenares de personas, cosechó el terror, la angustia, el dolor, la desesperanza. Se contuvo para no escupirlo, como vio hacer sobre el cadáver sangrante de su padre veintiséis años atrás. Clara salió a la acera y se abrazó con alguien. Quiso imaginarla como una doliente más en la inmensa comunidad que llora su desesperanza en este país de múltiples violencias.